Me reservo este espacio en blanco para pensarme un instante: infinito y fugaz como mi ser en la nada sin mí ... y darme cuenta; yo soy como una imágen interminable de escher, soy las palabras que anteriormente escribí; borradas pero dichas, soy las que nunca escribiré en su quintaesencia invisible y presente. Soy el misterio del sol en tus ojos y del ojo implacable en el cielo, curiosa versión de tu mirada inocente.
Soy tus lágrimas saladas, el sudor de tu cuerpo, la sal de tu vida y la hiel de tu muerte...soy esa tarde lluviosa de agosto en tus montañas verdes, en las grietas de tu piel...el fuego encrestado de tus amaneceres. Àmbar de tus entrañas.
Soy el blues de tu cielo y el güiro de tus mares...
Anoche mientras escribía, caí en la cuenta de la complicidad que existe entre la noche y yo. Una especie de mutua resignación a nuestra soledad compartida, sabiendo que las estrellas sólo sirven para distraer a los amantes que, embelezados por la luz olvidan el perenne fondo que somos... al final del día y cuando se ha ido la luz el principio de la oscuridad rige la tierra, como ha regido siempre al cosmos. La oquedad que a mi mente producen las imágenes del día, los sonidos del día...los olores, los sabores del día forjan una pelota cristalina y dura. Una línea, un círculo infinito y perfecto. Vuelvo entonces al origen, a la causa. Dentro, (ahí reside) encuentro esa imágen que me aterra con su aplastante y cínica sencillez: la masa informe que toma el aspecto de un rostro cuyos rasgos se parecen al de cualquier persona, incluyéndome a mí misma.
Entonces me doy cuenta: soy todos los hombres del mundo y todas las mujeres del tiempo. Soy cada uno de ellos. Soy la nada que busca inútilmente en los anales de la humanidad.
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